SANTIDAD FRANCISCANA


Santoral franciscano OFS y TOR


4 de agosto San Juan Mª Vianney.OFS

http://www.franciscanos.org/bac/jmvianney.HTML

Libro Santidad Franciscana por Casilda Jiménez Caro.OFS
de la fraternidad de Fuensalida (Toledo)


Es un libro muy completo que da a conocer mes a mes los santos del devocionario franciscano en especial los de la OFS (antigua Orden Tercera), contiene al final un devocionario, son más de 200 páginas. Un buen fondo de biblioteca o un buen regalo.

Escritos de Santas franciscanas seglares
 
Os hacemos llegar estos escritos de tres mujeres ejemplares y que fueron como nosotros franciscanas seglares.

El libro de las revelaciones celestiales de Santa Brígida de Suecia.
 
El libro de la vida de Santa Ángela de Foligno.


 
Tratado del Purgatorio de Santa Catalina de Génova.


 
12 de agosto
 
Beato D. Domingo Sánchez Lázaro. OFS
 
Hoy se celebra al beato D. Domingo Sánchez Lázaro, sacerdote y franciscano seglar de la fraternidad de San Roque de La Puebla de Montalbán (Toledo) quizás sea el primer beato de nuestra zona del que nosotros tengamos noticia, ya que por un casual y viendo nuestros antiguos archivos una persona del pueblo se fijó en la firma que aparecía y dijo que pertenecía a él. Seguimos mirando en las actas, y varios años después de su beatificación nos quedamos asombrados al descubrir que D. Domingo también había sido franciscano seglar y además ministro de nuestra fraternidad. ¿Cuántos hermanos habrá que desconozcamos y que estén en olor de santidad?
Queremos hoy dar a conocer a este humilde sacerdote que no tuvo miedo a la muerte por Jesús y que por donde iba dejaba buen recuerdo.
 

Beato Domingo Sánchez Lázaro


Nace un santo

Domingo nació el 4 de agosto de 1860 en Puebla de Montalbán, provincia y diócesis de Toledo. Sus padres, Roque Sánchez Martín-Aragón y Petra Lázaro Ipiña, eran ambos naturales de Puebla de Montalbán (Toledo). El matrimonio tuvo cinco hijos: Gregorio, Natalia, Saturnina, José y el benjamín, nuestro protagonista.

El día 4 de agosto marcaría el principio y el final de su vida: cada año don Domingo celebraría su cumpleaños y a su santo patrón, Santo Domingo de Guzmán. Según la hagiografía del santo español había fallecido un 6 de agosto de 1221. Ese día 6, se lo reserva el Calendario Romano para la fiesta de la Transfiguración, por lo que tras la beatificación del fundador de los dominicos en 1234 su fiesta pasó a celebrarse dos días antes (el 5 de agosto, tampoco es posible, pues es la fiesta de la dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma). Aquel año de 1936 celebraría su 76 aniversario en el Cielo.

Curiosamente tras la reforma del Calendario Litúrgico después del Concilio Vaticano II, la fiesta de Santo Domingo de Guzmán pasó al 8 de agosto. El 4 de agosto se reservó para el Santo Cura de Ars que falleció un 4 de agosto de 1859. En este mes de junio de 2010, en que hemos finalizado el Año Sacerdotal, en el que todos hemos puesto nuestra mirada en el santo párroco francés, resulta providencial la forma de expresarse de uno de los testigos de la Positio en el año 1988. Se trata del puenteño Fray Francisco de Sales Carrasco, de los Hermanos de San Juan de Dios, el cual define así al Beato Domingo “a quien conoció y trató íntimamente”:

Creo no decir nada nuevo ni exagerado si afirmo con toda convicción que se trataba de un auténtico santo querido y venerado por todos… Su figura, hasta en lo físico, nos hacía recordar al Santo Cura de Ars. Por su bondad…, su humildad…, su sencillez en fin, su vida toda”.

Domingo fue bautizado el 8 de agosto de 1860 en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Paz por D. Bernardino Ballano, cura ecónomo de la misma. El 19 de abril de 1866 recibió en la misma parroquia el sacramento de la confirmación, administrado por D. Francisco de Sales Crespo, obispo auxiliar de Toledo.

Tras manifestar su voluntad de ser sacerdote, a los veinte años en el curso de 1880-81 cursa Primero de Humanidades en el Seminario Mayor de Toledo. Aprobó los cuatro cursos de Latín en exámenes extraordinarios con las calificaciones de meritissimus y benemeritus desde 1880 a 1882, y tres cursos de Filosofía con meritissimus en exámenes ordinarios de 1882 a 1885; seis cursos (1885-1891) de Teología y dos (1891-1893) de Cánones, y Licenciatura en Teología (1892-1893).

A lo largo de estos últimos años de estudio, recibió la tonsura y las órdenes menores el 21 de diciembre de 1885 de manos de Fray Ceferino González Díaz-Tuñón, cardenal-arzobispo de Toledo en la iglesia de la Pasión de Madrid. El subdiaconado lo recibió el 17 de marzo de 1888 de manos del Cardenal Miguel Payá y Rico. Finalmente, Monseñor Valeriano Meléndez Conde, obispo auxiliar de Toledo, le confirió el diaconado, el 26 de mayo de 1888, y le ordenó de presbítero el 22 de septiembre de 1888, las dos ceremonias tuvieron lugar en la Capilla del Arzobispado.

Ordenado sacerdote a los 28 años, fue destinado a La Puebla de Montalbán (Toledo), su pueblo natal, como coadjutor al mismo tiempo que estudiaba para presentarse a los exámenes en el Seminario de Toledo. Allí permaneció durante seis cursos más.

El 12 de octubre de 1893 es nombrado cura párroco de los pueblos toledanos de Arcicollar y Camarenilla, ejerciendo allí su ministerio hasta finales de julio de 1902. El 1 de agosto de 1902 toma posesión como cura párroco de Los Cerralbos e Illán de Vacas, también en la provincia de Toledo, donde permanecerá hasta finales de mayo de 1907.


Esta fotografía está hecha en sus primeros años sacerdotales aparece con su anciana madre, doña Petra Lázaro, nacida en 1927 en La Puebla de Montalbán (Toledo). Detrás su sobrino Teodoro Maldonado. Es la primera foto que se conserva del Beato.



Un magnífico retrato

El 18 de junio de 1907 don Domingo es nombrado cura párroco de Puente del Arzobispo, siendo designado pocos días después, el 5 de agosto, arcipreste de esa zona pastoral. Su ministerio terminaría con su martirio el 18 de agosto de 1936.

Emocionante es el testimonio de uno de los sobrinos del mártir. Se trata de Julián, hijo de José y hermano de Damiana, la sobrina que convivía con él:

“Su vida era muy ordenada: a las 5 de la mañana se levantaba y celebraba la Santa Misa a las 6 para las Hijas de la Caridad que atienden el Hospital, contiguo a su casa. Todos los años acudía a realizar los Ejercicios espirituales en la casa de Chamartín de Madrid, durante una semana. Cada hora del día la tenía dedicada a una cosa.

Los hermanos le querían, le respetaban mucho, aun siendo el menor. Como señal de respeto, no se atrevían a fumar delante de él. Cuando le visitaba la familia, para las Navidades o en otras ocasiones, después de estar un rato con todos en la cena, se retiraba pronto, para poder madrugar.

Al llegar los días turbulentos de la persecución religiosa su hermano José le ofreció comprarle un traje para que se quitara la sotana y, pasar más inadvertido. Él rechazó la propuesta: “-Sacerdote soy y sacerdote quiero permanecer”, respondió.

            Junto al retrato interior pintado por su sobrino Julián. El del pintor Asterio Mañanós Martínez (1861- 1935). El palentino Mañanós aunque inició su carrera haciendo copias de Velázquez para el Museo del Prado (Madrid) a partir de 1908 la Comisión de Gobierno del Senado le nombraría conservador de las obras de arte de la Alta Cámara. Fruto de esa experiencia son varios cuadros que tienen como tema las sesiones y los salones del Senado. Para nosotros este es el más famoso cuadro del retratista de las Cortes españolas.
 

Esta segunda fotografía nos permite contemplar este retrato al óleo del Beato que pende de las paredes de la parroquia como auténtica reliquia. El pintor se lo regaló al Beato para su cumpleaños en 1916 y firma la inscripción con un “a su afectísimo amigo”.

 

Sacerdote quiero permanecer

Eso fue, como recordábamos en el capítulo anterior lo que le contestó a su hermano José ante la propuesta de comprarle un traje seglar para pasar desapercibido: “-Sacerdote soy y sacerdote quiero permanecer. El Beato Domingo era un auténtico santo, cariñoso con todos y, especialmente, con los niños; un hombre de profunda fe, esperanza y caridad; muy limosnero y caritativo. Visitaba a los enfermos en sus casas, dejándoles en muchas ocasiones la limosna necesaria para el sustento de esa familia pobre. Atendía la catequesis de los niños y de los jóvenes. Organizaba certámenes catequéticos.

Fomentó las distintas ramas de Acción Católica en la parroquia (bajo estas líneas, fotografía de la iglesia de Santa Catalina de Puente del Arzobispo en los años veinte). “Funcionaba muy bien la rama de hombres y jóvenes varones. Mi hermano albañil se levantaba pronto para ir a misa primera (a las 6 de la mañana)”, señala otro testigo. Trajo a Puente al joven Antonio Rivera, presidente diocesano de los jóvenes de Acción Católica, el que después sería el ángel del Alcázar, para instituir la rama de jóvenes, que en Puente presidía Rufino Carrasco. Cuidaba la vida espiritual de sus fieles, adentrándolos por caminos de perfección, que él había recorrido. El último regalo a Pedro Bravo, el hijo del sacristán, que ya contaba 17 años, fue “La introducción a la vida devota”, de San Francisco de Sales.



Su justicia y austeridad eran también muy conocidas y estimadas por todos su feligreses. Vivió pobremente. Mostró siempre una gran fortaleza fundamentada en su fe. Sufrió las contrariedades de la vida y los acontecimientos adversos para la Iglesia en tiempos de la República, con gran paciencia, fruto de su vida interior.
Los archivos nos traen documentos de la misión popular predicada en las parroquias del arciprestazgo de Puente por los jesuitas (suprimidos ya y despojados de sus bienes) en la cuaresma de 1935, y que nuestro Beato organizó. O de la felicitación dirigida como arcipreste al Santo Padre Pío XI, en ocasión del aniversario de su elección para la sede de Pedro, el Papa que conocía y comprendía la situación española generada por la II República española y que hacía poco había dirigido al clero la preciosa encíclica Ad catholici sacerdotii (20.12.1935). O el reclamo a la administración diocesana del complemento económico para el sustento del clero. En su calidad de arcipreste, se ocupaba de sus sacerdotes y alentaba a los hermanos sacerdotes del entorno, sosteniendo su ministerio y disipando sus miedos. Casi todos ellos también fueron mártires.

La fotografía corresponde a un encuentro sacerdotal del arciprestazgo de Puente: el Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco de Puente del Arzobispo, beatificado en 2007 (sentado, en el centro); y los Siervos de Dios Antonio Obeo, párroco de Alcolea (de pie, a la derecha); Laureano Ángel, coadjutor de Puente (de pie, a la izquierda; Rafael Bueno, párroco de Valdeverdeja (sentado, a la derecha) y el párroco  de Azután, que fue el único que logró salvarse de la persecución religiosa sufrida años después, don Francisco Sánchez (sentado, a la izquierda).



En fin, el Beato Domingo fue un sacerdote ejemplar, íntegro, austero y caritativo, cercano a todos, especialmente a los enfermos y necesitados, que vivió en profundidad las virtudes teologales y que, aunque no hubiese sido mártir, su vida era un camino de santidad. “Como sacerdote, era de lo mejor”, declara Margarita Ginés.

Las palabras que afirman que pronunció antes de morir, manifiestan su santidad y fe: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Su justicia y austeridad eran también muy conocidas y estimadas por todos su feligreses. Vivió pobremente. Mostró siempre una gran fortaleza fundamentada en su fe. Sufrió las contrariedades de la vida y los acontecimientos adversos para la Iglesia en tiempos de la República, con gran paciencia, fruto de su vida interior.

La foto está tomada tras una procesión de la Virgen de la Medalla Milagrosa, en primer término el coadjutor, el siervo de Dios Laureano Ángel; tras él, el beato Domingo Sánchez.



Y así llegó el martirio

Según Pedro Bravo García, que fue monaguillo suyo, el 24 de julio, mientras volvían de un entierro el testigo, el párroco y el coadjutor (el Siervo de Dios Laureano Ángel González), unos milicianos conminaron a los sacerdotes a no salir a la calle. Al día siguiente pusieron en la torre de la iglesia la bandera roja y desde ese día no los dejaron en paz. El día 4 de agosto llevaron preso a D. Domingo. La abuela del testigo le llevaba la comida a la cárcel. El día 12 de agosto lo sacaron de la cárcel para asesinarlo. Otra testigo vio cómo tres milicianos se lo llevaban preso a la cárcel.



Interesante el testimonio de Luis Casillas Sánchez. Refiere que los milicianos obligaron a su hermano Sixto a llevar al Beato y a los asesinos al lugar del martirio. El párroco tranquilizó a Sixto diciéndole: “Tranquilo, Sixto, que yo voy a la casa del Padre”. Los que dispararon contra él, según afirman varios testigos del proceso, no eran vecinos de Puente del Arzobispo, sino gentes venidas de otros pueblos; uno de los asesinos contó más tarde que el beato Domingo les había dicho: “Esperad, aún no me matéis, que os voy a bendecir”.

La muerte se produjo el día 12 de agosto de 1936, en Puerto de San Vicente (Toledo), en donde fue enterrado juntamente con otras tres personas asesinadas con él, dos seglares y su vicario parroquial, el Siervo de Dios Laureano Ángel González. Posteriormente su cuerpo fue trasladado al cementerio parroquial de Puente del Arzobispo y se depositó en la sepultura nº 25 de la fila 10º.

Dónde venerar sus reliquias

Más tarde, sus restos fueron depositados en el nuevo cementerio municipal, en la galería 8, fila 4, cuartel 2. Tras el reconocimiento por el grupo de forenses que colaboran con el Arzobispado de Toledo fueron trasladados el 26 de junio de 2010 al templo parroquial de Santa Catalina de Alejandría del Puente del Arzobispo. Así se narró la crónica de esa jornada:

Pasan ya las once de la mañana. Nos encontramos junto al puente que mandó construir el arzobispo Tenorio para los peregrinos que se dirigían a Guadalupe y que, a partir de entonces, dará nombre a este pueblo: Puente del Arzobispo. Para la mirada profana, para el que con su vehículo se dispone a atravesar en este mañana de sábado el puente, lo que se ve puede hacer creer que el calendario litúrgico va marcha atrás y que nos encontramos nuevamente en el Domingo de Ramos: ornamentos de color rojo, filas de presbíteros con palmas en las manos, una procesión… Sin embargo, hoy 26 de junio, un buen grupo de sacerdotes está a las afueras del pueblo para ir en busca del Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco y arcipreste que lo fue de Puente del Arzobispo.

Hijo del pueblo, el actual Obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, escribe que “simulando un viaje de vuelta, estas reliquias vienen por el puente, para mirar de frente la torre y la cúpula de la Iglesia parroquial, donde les espera un pueblo entero que llora de emoción al recibir a su párroco mártir y donde estas reliquias serán veneradas por los fieles de generación en generación. En una urna de plata, como quien guarda el mejor de los tesoros, porque no son sólo unos huesos, sino que esta arqueta guarda un testimonio del amor más grande, el que nos ha enseñado Jesucristo, que nos amó hasta el extremo. Para que todos los puenteños tengan cerca a su cura y a él le cuenten sus problemas y le pidan su intercesión, ahora todavía más valiosa que cuando vivía en la tierra”.

El buen hacer de su actual párroco, don Rubén Zamora, que ha preparado de forma exquisita este momento deseado durante años, llevó a pedir a la Hermandad de la Virgen de Bienvenida, que también Ella, ante cuya advocación el mártir tantas plegarias personales y por el pueblo elevó durante sus casi treinta años de ministerio en el Puente, acudiese en busca de su hijo predilecto.

Ya está todo listo: la Virgen de Bienvenida portada a hombros, la urna-relicario también a hombros de los seminaristas, los sacerdotes con las palmas martiriales, los monaguillos esparciendo el inconfundible olor del incienso, los fieles con los estandartes que hablan de la vida activa de esta parroquia, los venidos de otros pueblos, los cantos… Con la melodía de las letanías de los santos a su parroquia puenteña regresa aquel que nunca tuvo que salir de la misma, pero que en el momento final no dudo en bendecir a sus verdugos, mientras oraba por ellos: “-Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen”.

¡Ya está aquí! La procesión recorre el escaso medio kilómetro desde el puente hasta la parroquia. Mientras entramos en el templo, la Coral Quadrivium de Talavera de la Reina interpreta el “Canticorum iubilo” de Haendel, de manera espontánea los feligreses, que llenan el templo, estallan en un cálido aplauso para acoger la urna-relicario del Beato Domingo y de su coadjutor, el Siervo de Dios Laureano Ángel González… Murieron abrazados, cayeron juntos tras la descarga de los fusiles, unidos permanecieron en el combate y, ahora velan por todos.

La Santa Misa va a comenzar…

A partir de ahora, se nos ofrece que antes de cruzar el puente de los once arcos para encontrarnos con María Santísima en Guadalupe, o cuando realicemos cualquier otro recorrido, no dejemos de acercarnos, física o espiritualmente, al templo parroquial de Santa Catalina de Puente para encomendarnos al Beato Domingo. Que nos comprometamos a imitarle y seguir su ejemplo de amor a Jesucristo, a la Iglesia, a la Virgen María y a los pobres





   San José de Copertino. José nació en Copertino(en español, a veces, Cupertino), pueblo del sur de Italia, de familia pobre y honrada. Desde joven mostró tener muy escasas las dotes intelectuales y las habilidades manuales. Superando muchas dificultades ingresó en la Orden de los franciscanos conventuales y sólo gracias a la fuerte ayuda de Dios llegó al presbiterado. Tras su ordenación sacerdotal se entregó de lleno al sagrado ministerio, inflamado en celo de las almas. Adornado de carismas singulares, por disposición de los superiores se mudó de un lugar a otro, huyendo del fanatismo popular. Descolló por su obediencia, humildad y paciencia. Manifestó ardiente devoción a los misterios de la vida de Cristo, en especial a la Eucaristía, y a la Madre de Dios. Murió en Ósimo (Marcas) en 1663.


     Al reverendísimo padre Joachim Giermek, Ministro general de la Orden franciscana de Frailes Menores Conventuales.

1. Me ha alegrado saber que vuestra Orden quiere conmemorar el 400º aniversario del nacimiento de san José de Cupertino, que tuvo lugar el 17 de junio de 1603, con numerosas iniciativas religiosas, pastorales y culturales, orientadas al redescubrimiento de la profundidad y de la actualidad del mensaje de este fiel discípulo del Poverello de Asís.
En esta significativa circunstancia, me alegra dirigirle a usted mi más cordial saludo, extendiéndolo de buen grado a la comunidad franciscana de Ósimo y a los Frailes Menores Conventuales esparcidos por todo el mundo. Saludo, además, a los devotos y a los peregrinos que participarán en las solemnes celebraciones jubilares.
2. Este importante aniversario constituye una singular ocasión de gracia ofrecida en primer lugar a los Frailes Menores Conventuales. Deben sentirse impulsados por su ejemplo a profundizar en su vocación religiosa, para responder con renovado empeño, como hizo él en su tiempo, a los grandes desafíos que la sociedad plantea a los seguidores de san Francisco de Asís, en el alba del tercer milenio.
Al mismo tiempo, este centenario constituye una oportunidad providencial para toda la comunidad cristiana, que da gracias al Señor por los abundantes frutos de santidad y sabiduría humana concedidos a este humilde y dócil servidor de Cristo.
San José de Cupertino sigue resplandeciendo en nuestros días como faro que ilumina el camino diario de cuantos recurren a su intercesión celestial. Conocido popularmente como el «santo de los vuelos» por sus frecuentes éxtasis y sus experiencias místicas extraordinarias, invita a los fieles a secundar las expectativas más íntimas del corazón; los estimula a buscar el sentido profundo de la existencia y, en definitiva, los impulsa a encontrar personalmente a Dios abandonándose plenamente a su voluntad.
3. San José de Cupertino, patrono de los estudiantes, estimula al mundo de la cultura, en particular de la escuela, a fundar el saber humano en la sabiduría de Dios. Y precisamente gracias a su docilidad interior a las sugerencias de la sabiduría divina, este singular santo puede proponerse como guía espiritual de todas las clases de fieles. A los sacerdotes y a los consagrados, a los jóvenes y a los adultos, a los niños y a los ancianos, a cualquiera que desee ser discípulo de Cristo, sigue indicándole las prioridades que implica esta opción radical. El reconocimiento del primado de Dios en nuestra existencia, el valor de la oración y de la contemplación, y la adhesión apasionada al Evangelio «sin glosa», sin componendas, son algunas condiciones indispensables para ser testigos creíbles de Jesús, buscando con amor su santo rostro. Así hizo este místico extraordinario, ejemplar seguidor del Poverello de Asís. Tenía un amor tierno al Señor, y vivió al servicio de su reino. Desde el cielo ahora no deja de proteger y sostener a cuantos, siguiendo sus pasos, quieren convertirse a Dios y caminar con decisión por la senda de la santidad.
4. En la espiritualidad que lo distingue destacan los rasgos típicos de la auténtica tradición del franciscanismo. José de Cupertino, enamorado del misterio de la Encarnación, contemplaba extasiado al Hijo de Dios nacido en Belén, llamándolo afectuosa y confidencialmente «el Niñito». Expresaba casi exteriormente la dulzura de este misterio abrazando una imagen de cera del Niño Jesús, cantando y bailando por la ternura divina derramada abundantemente sobre la humanidad en la cueva de la Navidad.
Era también conmovedora su participación en el misterio de la pasión de Cristo. El Crucificado estaba siempre presente en su mente y en su corazón, en medio de los sufrimientos de una vida llena de incomprensiones y a menudo de obstáculos. Derramaba abundantes lágrimas cuando pensaba en la muerte de Jesús en la cruz, sobre todo porque, como solía repetir, fueron los pecados los que traspasaron el cuerpo inmaculado del Redentor con el martillo de la ingratitud, del egoísmo y de la indiferencia.
5. Otro aspecto importante de su espiritualidad fue el amor a la Eucaristía. La celebración de la santa misa, así como las largas horas transcurridas en adoración ante el tabernáculo, constituían el centro de su vida de oración y de contemplación. Consideraba el Sacramento del altar como «alimento de los ángeles», misterio de fe legado por Jesús a su Iglesia, Sacramento donde el Hijo de Dios hecho hombre no aparece a los fieles cara a cara, sino corazón a corazón. Con este sumo misterio -afirmaba- Dios nos ha dado todos los tesoros de su divina omnipotencia y nos ha manifestado claramente el exceso de su misericordia divina. El contacto diario con Jesús eucarístico le proporcionaba la serenidad y la paz, que luego transmitía a cuantos encontraba, recordando que en este mundo todos somos peregrinos y forasteros en camino hacia la eternidad.
6. San José de Cupertino se distinguió por su sencillez y su obediencia. Desprendido de todo, vivió continuamente en camino, yendo de un convento a otro según las órdenes de sus superiores, abandonándose siempre en las manos de Dios.
Auténtico franciscano, según el espíritu del Poverello de Asís, alimentó una profunda adhesión al Sucesor de Pedro y tuvo un sentido vivo de la Iglesia, a la que amó de modo incondicional. De la Iglesia, percibida en su íntima realidad de Cuerpo místico, se sentía miembro vivo y activo. Se adhirió totalmente a la voluntad de los Papas de su tiempo, dejándose acompañar dócilmente a los lugares donde la obediencia lo llevaba, aceptando también las humillaciones y las dudas que la originalidad de sus carismas no dejó de suscitar. Ciertamente, no podía negar el carácter extraordinario de los dones que se le concedían, pero, lejos de cualquier actitud de orgullo o vanagloria, alimentaba sentimientos de humildad y de verdad, atribuyendo todo el mérito del bien que florecía entre sus manos a la acción gratuita de Dios.
7. Y ¿qué decir de su devoción filial y conmovedora a la santísima Virgen? Desde la juventud aprendió a permanecer largos ratos en oración ante la Virgen de las Gracias, en el santuario de Galatone. Luego, se dedicaba a contemplar la imagen, tan querida para él, de la Virgen de la Grottella, que lo acompañó durante toda su vida. Por último, desde el convento de Ósimo, donde pasó sus últimos años, dirigía a menudo la mirada hacia la basílica de Loreto, secular centro de devoción mariana.
Para él María fue una verdadera madre, con la que mantenía relaciones filiales de sencilla y sincera confianza. Aún hoy repite a los devotos que recurren a él: «Ésta es nuestra protectora, señora, patrona, madre, esposa y auxiliadora».
8. En san José de Cupertino, muy querido por el pueblo, resplandece la sabiduría de los pequeños y el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas. A través de toda su existencia indica el camino que lleva a la auténtica alegría, aun en medio de las pruebas y tribulaciones: una alegría que viene de lo alto y nace del amor a Dios y a los hermanos, fruto de una larga y ardua búsqueda del verdadero bien y, precisamente por esto, contagiosa para cuantos entran en contacto con ella.
Aunque a causa de su intenso y audaz compromiso de ascesis cristiana este santo podría parecer, a una mirada superficial, una persona ruda, severa y rigurosa, en realidad es el hombre de la alegría, afable y cordial con todos. Más aún, sus biógrafos dicen que lograba transmitir su santa y franciscana alegría mediante el modo de orar, enriquecido por atractivas composiciones musicales y versos populares que entusiasmaban a sus oyentes, reavivando su devoción.
9. Todas estas características hacen que san José de Cupertino esté espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo. Por tanto, deseo que la celebración de este aniversario sea una ocasión oportuna y grata para un redescubrimiento de la auténtica espiritualidad del «santo de los vuelos». Ojalá que, siguiendo su ejemplo, todos aprendan a recorrer el camino que lleva a una santidad cotidiana, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber diario.
Que para los Frailes Menores de la familia religiosa conventual sea un luminoso modelo de seguimiento evangélico, según el carisma específico de san Francisco y de santa Clara de Asís. Que a los fieles que participen en los varios momentos conmemorativos, les recuerde que todo creyente debe «remar mar adentro», confiando en la ayuda del Señor para responder plenamente a su llamada a la santidad.
En una palabra, el heroico testimonio evangélico de este atrayente hombre de Dios, reconocido por la Iglesia y propuesto de nuevo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, constituye para cada uno una fuerte invitación a vivir con pasión y entusiasmo su fe, en las múltiples y complejas situaciones de la época contemporánea.
Con estos sentimientos y deseos, de buen grado le imparto a usted, reverendísimo ministro general, a sus hermanos esparcidos por el mundo y a cuantos acuden cada día al santuario de Ósimo, una especial bendición apostólica, que con afecto extiendo a todos los que se inspiran en el ejemplo y en las enseñanzas del santo de Cupertino.

* * *
Discurso del Santo Padre Juan Pablo II
con ocasión del IV centenario
del nacimiento de San José de Copertino

(Sábado 25 de octubre de 2003)
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido a Roma con ocasión de las solemnes celebraciones por el IV centenario del nacimiento de san José de Copertino. Saludo, ante todo, a los queridos Frailes Menores Conventuales, acompañados por su Ministro general, padre Joachim Giermek, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Dirijo un saludo especial al cardenal Sergio Sebastiani y a los pastores de las comunidades eclesiales que participan en esta peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Por último, os saludo a vosotros, amadísimos peregrinos de Pulla, Umbría y Las Marcas, lugares particularmente vinculados al paso terreno y a la memoria del «santo de los vuelos».
Como afirmé en el Mensaje publicado el pasado mes de febrero, José de Copertino sigue siendo un santo de extraordinaria actualidad, porque «está espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo», a los cuales enseña «a recorrer el camino que lleva a una santidad diaria, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber» (Mensaje con motivo del 400° aniversario del nacimiento de san José de Copertino, 22 de febrero de 2003; véase el texto más arriba).
2. En efecto, san José es, ante todo, maestro de oración. En el centro de su jornada estaba la celebración de la santa misa, a la que seguían largas horas de adoración ante el sagrario. Según la tradición franciscana más genuina, se sentía fascinado y conmovido por los misterios de la encarnación y la pasión del Señor. San José de Copertino vivió en íntima unión con el Espíritu Santo; estaba totalmente poseído por el Espíritu, del que aprendía las cosas de Dios para traducirlas luego en un lenguaje sencillo y comprensible para todos. Quienes se encontraban con él escuchaban con gusto sus palabras, porque, como cuentan sus biógrafos, aun siendo ignorante de lengua y cojo de caligrafía, cuando hablaba de Dios se transformaba.
3. En segundo lugar, el santo de Copertino sigue hablando a los jóvenes, y en particular a los estudiantes, que lo veneran como su patrón. Los impulsa a enamorarse del Evangelio, a «remar mar adentro» en el vasto océano del mundo y de la historia, permaneciendo firmemente arraigados en la contemplación del rostro de Cristo.
Mi deseo es que vosotros, queridos jóvenes y estudiantes, así como vosotros, que trabajáis en el ámbito cultural y formativo, sigáis el ejemplo de san José, comprometiéndoos a conjugar la sabiduría de la fe con el método riguroso de la ciencia, para que el saber humano, siempre abierto a la trascendencia, avance seguro hacia un conocimiento de la verdad cada vez más pleno.
4. Por último, san José de Copertino resplandece como modelo ejemplar de santidad para sus hermanos de la Orden franciscana de Frailes Menores Conventuales. Su constante esfuerzo por pertenecer sólo a Cristo hace de él un icono del fraile «menor» que, siguiendo el ejemplo del «Poverello» de Asís, toma a Cristo como centro de toda su existencia. Fue elocuente su decidido compromiso de orientar constantemente su corazón a Dios, para que nada lo separara de «su» Jesús, amado sobre todas las cosas y personas.
El testimonio de este gran santo, que brilla con una luz singular en la celebración de este centenario, constituye un mensaje alentador de vida evangélica. Para los que han abrazado los ideales de la vida consagrada representa una fuerte invitación a vivir buscando siempre los valores del espíritu, totalmente consagrados al Señor y a un servicio necesario de caridad para con los hermanos.
5.Como todos los santos, José de Copertino no pasa de moda. A cuatro siglos de distancia, su testimonio sigue representando para todos una invitación a ser santos. Aunque pertenece a una época en ciertos aspectos bastante diversa de la nuestra, señala un itinerario de espiritualidad válido para todo tiempo; recuerda el primado de Dios, la necesidad de la oración y de la contemplación, la ardiente y confiada adhesión a Cristo, el compromiso del anuncio misionero y el amor a la cruz.
A la vez que renuevo mi deseo de que las celebraciones por el centenario contribuyan a dar a conocer mejor al «santo de los vuelos», invoco sobre los organizadores y participantes la protección celestial de la Virgen María.
Con estos sentimientos y deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, a vuestras comunidades y a los numerosos devotos del santo de Copertino de Italia y del mundo.





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